La presa de Sharpe by Bernard Cornwell

La presa de Sharpe by Bernard Cornwell

autor:Bernard Cornwell [Cornwell, Bernard]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Bélico, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2001-04-23T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

Sharpe se alejó con Jens del escenario de la terrible carnicería. En cuanto hubieron superado la trinchera y quedaron fuera del campo visual de los batallones de casacas rojas, el alférez señaló con un gesto la posición de la ciudad.

—Dirígete hacia ese terreno bajo —comenzó a decir el inglés antes de indicarle a Jens la mejor manera de sortear el flanco de los carabineros sin ser detectado—. Después todo lo que tienes que hacer es seguir recto.

Jens frunció el ceño.

—¿No eres estadounidense…?

—No.

Jens parecía resistirse a la idea de marcharse.

—¿Sabías lo que iba a suceder aquí?

—No… pero tampoco había que ser adivino, ¿no te parece? Como ya te he dicho, chaval, os encontráis frente a un ejército de verdad. Tienen instrucción específica para este tipo de choques. —Sharpe cogió la pistola que aún llevaba sujeta al cinto—. ¿Sabes dónde está la plaza de Ulfedt?

—Desde luego.

—Busca a un hombre llamado Skovgaard. Dale esta pistola. Y ahora apresúrate, tienes que largarte antes de que los británicos se adueñen del resto de la zona ajardinada. No te alejes de esos árboles de poca altura y después sigue recto hasta la puerta de la ciudad. ¿Comprendido?

—¿Eres inglés?

—Sí, soy inglés. —Sharpe puso enérgicamente el arma vacía en la mano de Jens—. Gracias por salvarme la vida. Y ahora vete. ¡Deprisa!

Jens miró a Sharpe con expresión atónita y echó a correr. Sharpe observó su avance hasta comprobar que el danés conseguía ocultarse en la arboleda, y, acto seguido, se echó el sobretodo por los hombros y partió a buen paso. «He fracasado», pensó. «He fracasado miserablemente».

Se encaramó a una loma de escasa altura. La trinchera recién excavada desde la que habían estado disparando los carabineros su fuego graneado era a todas luces el inicio de una fortificación menor emprendida por los daneses. Y quedaba igualmente claro que los casacas rojas se habían apoderado de ella antes de que las milicias del príncipe heredero hubieran podido levantar a su alrededor un muro de protección o instalado una sola pieza de artillería. Y ahora los ingenieros militares británicos, que dominaban la cima de la colina, examinaban con sus catalejos los muros de la capital. Era evidente que estaban pensando que el cerro podía constituir un emplazamiento inmejorable para sus baterías. Por un lado, se veía todo el flanco marítimo que se abre al sur de Copenhague, y por otro, en la vertiente norte de la loma, se apreciaba que, metido en un ramblazo, un jardinero se afanaba en trasladar con todo cuidado una serie de plantas a un invernadero. Más allá del barranco, el terreno se elevaba hasta formar una cresta de escasa altura desde la que un grupo de oficiales británicos a caballo vigilaba el avance de otro batallón que estaba a punto de penetrar en el bosque. Una espesa humareda manchaba el aire a levante. Los daneses, que abandonaban los barrios más próximos a la ciudad, habían prendido fuego a las casas, probablemente para que los ingleses no pudieran utilizarlas como posiciones avanzadas. Más al norte,



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